Desde nuestro departamento editorial se hace un arduo trabajo de revisión y corrección, mano a mano con nuestros autores. Uno de los caballos de batalla es, sin duda, la contextualización que emplea el narrador durante las escenas.
Si bien es cierto que siempre defendemos el equilibrio entre informar y no cansar, creemos importante que la descripción de los lugares contribuya a crear el clima que requiera la escena a narrar. También es claro que ello no sirve solamente para ubicar al lector en la escena sino que, además, esa descripción puede crear sensaciones en él que ayuden a atraparlo entre las líneas. En consecuencia, escaparemos de detalles tediosos que ahuyenten al lector, pero concretaremos espacios, olores, luces… guardando consonancia con el ritmo y estado de la acción narrativa. Quizá te ayudaría cerrar los ojos y trasladarte a la escena que están viviendo tus personajes. ¿Qué ves? ¿Qué oyes? Todo eso debe percibirlo el lector a través de la ventana a esa otra realidad que supone tu libro.
¿Cómo podemos materializarlo?
Si nos enfrentamos a una situación de pánico, convendrá ubicar la acción en lugares cerrados, angostos y oscuros, solitarios…
En caso de una persecución, podemos utilizar términos relacionados con la fugacidad, tropiezos en carrera, continuas miradas al perseguidor, respiración jadeante…
Y si pretendemos relajar al lector, siempre podemos frenar el ritmo de nuestro manuscrito con una descripción algo más amplia, donde las luces y los espacios tranquilos, acompañados quizá por una ligera brisa, contribuyan a la calma de quien se asome al balcón de la lectura.
Todo esto no es solo aplicable para los lugares o para las sensaciones que queremos transmitir en cada capítulo, sino que también podría ser válido con los personajes. En ocasiones, tendemos a ser demasiado biográficos y no dejamos que sea él mismo quien se presente a los lectores a través de sus comportamientos o conversaciones. En determinados momentos, delatamos su estado interior con la narración, privando al lector la interpretación de las escenas y, por tanto, la interacción que supone la lectura. Como ejemplo, en vez de informar que alguien tiene prisa, se puede decir que está continuamente mirando el reloj…
En resumen, invitamos a los autores a que lleven de la mano a los lectores, para que sean capaces de sentir, de forma casi real, todo cuanto sienten los personajes.